A través de los años, las olas migratorias de países en vías de desarrollo hacia países desarrollados han ido en incremento. Históricamente estos fenómenos se dan cuando surge alguna crisis económica, social o algún conflicto armado y las personas deciden emigrar para buscar condiciones dignas para vivir.

Algunas de las más conocidas son las olas de inmigrantes de África a Europa y por supuesto de Latinoamérica hacia Estados Unidos. Pero recientemente este fenómeno se intensificó, tanto así que los mexicanos, aunque entienden las razones para buscar una vida fuera del país natal, empiezan a mostrar su lado menos hospitalario.
En el 2018, cuando inició una fuerte ola migratoria de hondureños y salvadoreños, el presidente Andrés Manuel López Obrador tenía una postura humanitaria y acogedora hacia los migrantes, sin embargo, un año después tras el primer encuentro entre delegaciones mexicanas y estadounidenses, en su conocida mañanera reconoció que “el flujo había crecido demasiado” y que no se podía permitir el tránsito ilegal por México.
Así el presidente dejó clara su postura. Un año después, con el pretexto de la pandemia, México cerró definitivamente sus puertas.

Nuestro país tuvo un descanso breve sobre el tema y en 2021 las olas migratorias empezaron a crecer nuevamente. Y es que aunque México no sea el destino, con el reforzamiento en las fronteras estadounidenses y la poca tolerancia que el gobierno de Biden ha tomado, México se enfrenta a la inminente deportación de 15 mil personas que fueron detenidas en territorio norteamericano.
E.U. se encuentra en una postura inflexible con respecto a los inmigrantes y México no da su mano a torcer. El presidente ha exigido cooperación del gobierno norteamericano para fortalecer e implementar programas que robustecer la economía centroamericana y así mitigar las caravanas que se levantan y exigen el paso por México para llegar a Estados Unidos.

“No queremos que México sea un campamento de migrantes, queremos que se atienda el problema de fondo, que la gente no se vea obligada a migrar. Si no continuamos con lo mismo, es retenerlos, ponerlos en albergues y no enfrentamos el problema de fondo”, afirmó el presidente López Obrador.
Las ideas del presidente respecto a fortalecer la economía en Centroamérica es buena, pero México no tiene la fuerza suficiente para llevar los proyectos acabo sin ayuda del Tío Sam. Pero con la poca amistad que se ha visto entre los gobiernos, la cooperación parece poco probable.

A México le urge resolver este problema, porque aunque es conocido que muchos de nuestros paisanos cruzan la frontera, también es un país receptor de inmigrantes, pero a diferencia de Estados Unidos, nuestra economía no es suficiente para albergar la cantidad de personas que están llegando.
La cara xenofóbica de muchos está saliendo a la luz y la tolerancia hacia los inmigrantes es cada vez menor.
Lo que más nos arde
Mientras que se fomentan y apoyan programas que ayuden a la economía de las personas en su lugar de origen, México debe decidir cuál será la política migratoria ante un flujo imposible de contener y que ya no es bienvenido en nuestro país, porque tristemente no estamos en nuestro mejor momento.
Con la economía por los suelos, la violencia e inseguridad siguen creciendo, y ni los inmigrantes se salvan. Muchos de ellos son víctimas del crimen organizado.
La condición de ilegalidad fuera de sus países de origen hace a las personas sumamente vulnerables a los abusos y violaciones de sus derechos humanos, y precisamente la protección a estos derechos constituye uno de los desafíos más importantes en la política migratoria de nuestro país.