Hace 208 años, algunos mexicanos salidos del molde decidieron cambiar al país y empezaron el movimiento de independencia de México. En aquel entonces España gobernaba el territorio y quienes aquí habían nacido vivían oprimidos por los ibéricos, sin muchos derechos y a expensas de lo que decidiera un gobierno que estaba del otro lado del mundo.
Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo, Josefa Ortiz y todos esos nombres que ya nos hicieron repetir como Dios manda, durante la escuela primaria, fueron quienes organizaron el estallido de la famosa Independencia de México.
Por supuesto que su visión, si es que la tenían, era de un país con un gobierno autónomo, con derechos igualitarios para todos y que no dependiera en lo más mínimo del extranjero.
Probablemente se volverían a morir si supieran que México, en pleno siglo XXI, tiene una economía dependiente del dólar, cuyos mercados están invadidos por China y con un Tratado de Libre Comercio que le abrió la puerta a todos los extranjeros para comerle el mandado a los mexicanos.
A más de 200 años de la Independencia, México no es un país independiente, los mexicanos ni siquiera entienden el concepto y le dan sus devaluados pesos a Starbucks, Walmart y Miniso para sentirse más cool. Aunque claro, no dejan pasar el 15 de septiembre y ese día se obligan a sí mismos a comer pozole y tostadas de pata rasurada, para sentirse más mexicanos que nunca.
Lo que más nos arde
El mundo capitalista en que hoy vivimos lo ha comercializado todo, incluso las nacionalidades, es por eso que en estos días sentirse mexicano no tiene mucho que ver con saber qué pasó hace 100 o 200 años, y mucho menos con entender por qué le debemos el país a esos personajes; hoy sentirse mexicano, correspondiendo al sistema económico, significa comprar playeras con la bandera nacional, adquirir botellas de tequila en 2×1, comprar el disco de Luis Miguel con las canciones que “nos dieron patria” y beber leche de almendras con los tonos verde, blanco y rojo, porque “mexicanos nice and fancy”.