Ya es enero, Santa Claus no te trajo ni un carbón, te aprieta el resorte del calzón y te enfrentas a la terrible presencia de tus propósitos de año nuevo. ¿De verdad vas a ir al gimnasio y a la iglesia?, ¿vas a dejar de comer garnachas y te convertirás en una persona fitness?
Sí, a estas alturas ya se te terminó toda la ilusión con la que empezaste diciembre.
Se acaba la Navidad, es el fin de las vacaciones, empiezan a llegar las cuentas de las tarjetas de crédito, se le termina la gracia a los regalos y te das cuenta que subiste más de lo que lograste adelgazar en todo el año. Así es cuando se pasan las fiestas decembrinas, se nos acaba el amor por los demás y tenemos de frente al nuevo año que viene.
Sucede que al llegar diciembre, la mercadotecnia nos engaña, nos hace creer que un milagro puede suceder y que por arte de magia todo es mejor. Claro, todo parece pintar bien cuando hay luces de colores, tu aguinaldo está fresco y tienes unos días de vacaciones, aunque también es cierto que todo por servir se acaba y acaba por no servir.
El meollo del asunto no es la Navidad en sí misma, es que la utilizamos para engañarnos y querer engañar a los demás, pretendemos que ahora sí vamos a ser mejores personas, más estudiadas, mejor nutridas y casi personajes de película norteamericana. Pero eso es mentira, la depresión post-navideña nos da cuando nos encontramos a la verdad de frente, y sabemos que no somos mejores seres humanos, no tenemos un cuerpo de diez y por supuesto que no somos angelitos nalgones.
Lo que más nos arde
Deberíamos olvidarnos de los propósitos de año nuevo y tener como única meta ser más honestos con nosotros mismos, aceptar quiénes somos y en base a eso, y no a falsas ilusiones, intentar ser mejores personas.
Sí, ya sabemos que estás triste porque Santa Claus no te trajo dos tallas más de busto, pero no te preocupes porque igual nadie te iba a creer que eran reales.