Para ser maestro hay que tener ganas, vocación, amor por el conocimiento y por enseñar a los demás, sin importar sus circunstancias. Pararse en un aula y hablar, requiere más valor y convicción de lo que la mayoría imagina.
Vivimos en un país plagado de ignorancia, donde el conocimiento está subestimado y la educación no es una prioridad, sino un tema de burocracia y presupuestos absurdos, que nunca se reflejan en las aulas. En razón de ello, también el trabajo de los maestros es uno de los menos valorados, con salarios que rayan en lo absurdo y un montón de trabas legales, que le quitan el ánimo a cualquiera.
Según datos de INEGI, casi un millón de personas en México se dedican a la docencia en educación básica, tanto en escuelas públicas como privadas, un número bastante reducido si se toma en cuenta que, en ese mismo nivel, hay casi 26 millones de alumnos registrados.
Es como si el mismo sistema quisiera que la educación en el país fuera deficiente, poniéndole todos los peros posibles, para que nadie tenga ganas de enseñar y los que se dediquen a ello lo hagan bajo las peores circunstancias. En pocas palabras, en México parece importar muy poco la formación de los ciudadanos, es más valorado invertir en televisiones, en programas populistas que sirvan como paliativo a la mala situación del país, y en anuncios mediáticos para promocionar a un gobierno que no hace nada, literalmente.
Y luego vamos por ahí quejándonos, porque tenemos uno de los niveles educativos más bajos a nivel mundial, y no hay manera de hacer que la población eleve en algo su estatus intelectual, ni siquiera porque de eso depende su propio bienestar.
En datos de la revista Forbes, Luxemburgo, Alemania y Canadá son los países que tienen a los maestros mejor pagados del mundo, con salarios que van de los 50 mil a los 100 mil dólares anuales. No es muy difícil adivinar que esos mismos países son los que tienen mejores puntajes en las pruebas estandarizadas de conocimiento, hechas a estudiantes de nivel básico.
En México, a diferencia de los países desarrollados, un docente promedio de educación básica, no gana más de 70 pesos por hora, además de que no siempre este gremio tiene acceso a las prestaciones básicas de ley como seguridad social, ahorro para el retiro o financiamiento inmobiliario.
O sea, que además de mal pagados, una buena parte de los maestros en México está desprotegida, y sobrevive sin las garantías mínimas a las que debería tener derecho cualquiera que se emplee en este país.
Lo que más nos arde
Los países desarrollados saben que invertir en sus maestros es una cuota que se paga sola, pues incide directamente en ciudadanos mejor preparados, mejores niveles de vida y económicos, una especie de círculo que los beneficia a todos. Pero como en México hacemos todo al revés, un simio que persigue una pelota, al que apodan “futbolista”, puede ganar millones de pesos, mientras un maestro que estudió durante años, para poder enseñar a otros, gana el salario mínimo y tiene que subemplearse constantemente para poder subsistir.
Este tipo de cosas deberían darnos mucha vergüenza e indignación, y ser la explicación perfecta de, por qué México no progresa como país, en ningún sentido.
¿Quién será el que dicta cuáles son las prioridades nacionales?, porque la educación no es una de ellas.