¿Qué pasa en un país donde casi 40 niñas mueren quemadas, luego de vivir hacinadas y en condiciones de abuso? Esto sucedió en Guatemala y fue causa de indignación mundial, al revelarse que las menores se estaban manifestando porque buscaban salir de su encierro y denunciar los crímenes que sucedían en el orfanato, donde se suponía que eran resguardadas.
La tragedia sucedió y no hay marcha atrás, sin embargo, debería ser una alerta para que miremos qué pasa con las niñas en América Latina y en México.
Se supone que no hay derecho humano con más prioridad que el derecho a la vida y la dignidad que se otorga a los niños, pero entonces, ¿por qué será que en este continente nadie los protege, y menos aún si se trata de niñas?
Lo que sucedió en Guatemala no es tan lejano a México, si recordamos casos como el del albergue Casitas del Sur, en las orillas de la CDMX. En ese sitio, supuestamente auspiciado por el gobierno, y destinado a proteger a niños víctimas de violencia intrafamiliar, desaparecieron 12 menores, sin que nadie pudiera dar seña alguna de ellos. Eso en el año 2008.
Con las investigaciones del caso, se supo que los niños que vivían en ese lugar sufrían maltratos y abuso por parte de los encargados, y que probablemente eran víctimas de una red de trata de personas que también operaba en otros sitios similares en el interior del país.
Y todo lo anterior a ojos de las autoridades mexicanas, quienes en lugar de otorgar protección a quienes lo requieren, se aprovechan de su situación para hacer negocios “alternativos”.
Según INEGI, casi un millón de niñas mexicanas trabajan para subsistir, y habitan en condiciones de pobreza, eso además de no tener acceso a servicios de salud o escuelas, porque no pueden asistir o no se los permiten. La consecuencia principal de eso –obviamente– es que son víctimas inmediatas de violencia intrafamiliar, violencia sexual y embarazos adolescentes.
Las niñas de México no son sujetos de protección, no figuran en la ley más que como una intención a medias, y sólo destacan cuando se convierten en estadística como madres jóvenes o víctimas de feminicidio. Y no hay nada más machista y retrograda, que vivir en un país así, donde la justicia se ejerce primero por género y luego por clase social, pero nunca por el derecho de ser humano y existir.
Lo que más nos arde
Las niñas de Guatemala pudieron haber sido perfectamente niñas mexicanas. Y aunque indigne mucho, la verdad es que las circunstancias en que viven millones de menores en este país no son muy lejanas a las que vivían las 38, que en ese país centroamericano murieron, dominadas por el machismo, la pobreza y la marginación, sin acceso a derechos sexuales y sin una sola instancia que se preocupe por su situación.
Esta clase de hechos deberían indignarnos profundamente, dejar una huella social para que no vuelvan a suceder, una advertencia de la forma en que estamos despreciando los derechos humanos de los más desprotegidos, y olvidando que lo más importante, antes que cualquier otra cosa, es la dignidad humana como arma de sobrevivencia.