Originalmente se supone que hacemos y fomentamos los deportes, como una manera de recreación y convivencia positivas, un modo de cuidar el cuerpo y alimentarnos espiritualmente. Sin embargo, algunas veces esa línea se cruza y lo que antes era propositivo se convierte en odio, destrucción y pasión sin sentido.
Especialmente el fútbol, es objeto constante de esta clase de manifestaciones. Más que amor al deporte, sus seguidores demuestran tenerlo como un pretexto para perder el control, romper las reglas y generar caos social. Y a todo esto, ¿quién les dio permiso?
En México, escuchar de un partido de fútbol, es pensar inmediatamente en desastre, todos a correr, tiendas cerradas y patrullas en las calles, al tiempo que los muros se llenan de rayas y hasta los basureros vuelan por el aire mientras un montón de “aficionados” hacen su fiesta en la banqueta, abusan del alcohol y de otras cosas, y se apropian de la tranquilidad de los demás. Eso sin importar si sus equipos perdieron o ganaron.
Claro que no es exclusivo de México. También otros países de América y Europa, sobre todo Inglaterra, han tenido problemas con los seguidores del fútbol, que forman grandes hordas acostumbradas al vandalismo, so pretexto de sus dichosos partidos.
Claro que no tiene nada que ver el hecho de sentir pasión por un deporte, con la falta de civilidad que representa ir por ahí destruyendo la infraestructura urbana o la propiedad privada. Es simplemente que hay quienes sólo buscan un pretexto para demostrar que no tienen valores ni respeto por nadie o por nada.
En general, el fútbol mexicano se caracteriza por acarrear contextos violentos, aficionados a medias, que suelen estar más interesados en hacer desastres, que lo que tiene para decir de fondo, el marcador del partido. Incluso, eso algunas veces se convierte en asuntos realmente serios, que llegan a tener consecuencias fatales cuando se involucran armas, explosivos o grandes masas de personas que se convierten en estampidas.
Lo que más nos arde
En los últimos años, ya se han implementado sanciones para los estadios y los equipos, cuando sus aficionados no se comportan a la altura, pero a pesar de eso seguimos viendo las consecuencias, cuando termina cada partido de fútbol.
Los deportes, en general, deberían funcionar como una especie de catarsis social, un desfogue a las frustraciones del día a día o un escape a la rutina. Y deberían también ser factor de unión, de convivencia y ejemplo de trabajo en equipo, sobre todo para los más jóvenes. Y sin embargo, elementos como el fútbol mexicano, algunas veces parece que deberían estar prohibidos, olvidados y enterrados bajo tierra, porque sólo son factor de destrucción y degradación social.
El uso del deporte como pretexto para la violencia, sólo es una breve explicación de por qué la sociedad mexicana está degradada, sin ningún valor, e inmersa en un círculo de autodestrucción cuyos límites ya no vemos claros.