En el mes de julio del 2018, tres niñas fueron asesinadas en diferentes partes de México, todas por hombres que abusaron de ellas y luego las mataron sin la menor piedad.
Ante los hechos tan trágicos y frente a la ola de asesinatos de mujeres y niñas, que no para en México desde hace años, el rencor social no se hizo esperar. Miles de personas pidieron públicamente y en redes, que los asesinos fueran condenados a la pena de muerte, como una especie de escarmiento para quienes se atrevan a realizar ese tipo de acciones.
El asunto aquí no es si se podría condenar o no, de manera legal, a tres personas por acabar con la vida de las menores. El problema es que la sociedad mexicana está enojada, enardecida, eufórica ante las injusticias que, una tras otra, les demuestran que la ley no vale, y eso se refleja en la sed de venganza que manifiesta.
Condenar a muerte a un sujeto no reparará la vida de la niña asesinada, ni tampoco devolverá las casi mil féminas que fueron muertas en 2017 en actos violentos. No lo arreglará ni cambiará la situación, porque se trata de un problema mucho más complejo, un machismo que se alimenta desde el hogar, en los primeros años, y crece con la desigualdad, la ignorancia y las brechas económicas que son cada vez más grandes en México.
Difícilmente un hombre que fue educado en un hogar amoroso, equitativo y con oportunidades, podrá matar a una niña de forma tan brutal. En cambio, quien fue educado en el seno del odio, la violencia y el machismo, en algún momento buscará desfogarse sobre alguien más inocente e indefenso.
Sería imposible condenar a muerte a todos los homicidas y feminicidas en potencia de este país, ya que más de la mitad de los hombres tal vez tendrían que ser fusilados; y es que así se educa a los hombres mexicanos, bajo el rigor de la violencia, siempre protegidos por el seno de sus madres, también machistas, que son incapaces de enseñarles límites para desenvolverse en sociedad.
La sociedad mexicana hoy condena un acto, que ella misma provocó, y busca enterrar sus culpas bajo el pesado título de la pena de muerte, como si con eso se borrara la cultura asesina con la que se educaron, se educan y se educarán, la gran mayoría de los hombres en este país.