En un país con Estado de Derecho, democrático y donde las instituciones hacen su trabajo, votar y elegir a los gobernantes es casi una obligación de los ciudadanos que se sienten comprometidos a contribuir con la construcción de su nación.
En un país como México, en cambio, donde las instituciones trabajan para intereses particulares y la clase política está compuesta de ladrones de cuello blanco, votar tendría que ser más una opción para los ciudadanos, que deciden apostar una vez más por el sistema vigente, o para aquellos que no legitiman la forma de gobierno que tienen.
28 mil millones de pesos costaron las elecciones federales de 2018, en México, siendo éstas las más caras en la historia del país, aunque no por eso las más limpias o eficientes.
¿Por qué nos cuesta tanto dinero un proceso electoral en el que no creemos?
Todos los mexicanos en edad de votar saben perfecto que las elecciones no son procesos en los que realmente se refleje la voluntad social. Eso nunca ha pasado en este país, los periodos electorales son sólo pretextos para gastar dinero y que los candidatos roben cámara haciendo tonterías.
¿Será que nos merecemos tener payasos como gobernantes? Si no lo mereciéramos, entonces no habría actrices, actores y futbolistas haciendo candidaturas que nos cuestan mucho dinero del erario público, y por supuesto, no tendríamos una estadística de nueve millones de votos vendidos a todos los partidos, en las más recientes elecciones nacionales.
A nivel institucional y oficial se promueve el voto como una forma de participación ciudadana, la manera en que las personas hacen saber su voluntad al gobierno. Pero por otro lado, y dadas las especiales circunstancias que vive México, votar podría significar legitimar mentiras, corrupción y falta de transparencia porque, a menos que nos hagamos los locos, todos sabemos que lo último que cuenta en este país es la voluntad ciudadana.