Esta es la época de los impuestos, todo los tiene, no importa qué se compre, y si es o no en el comercio formal, porque todo viene ya alimentado por una enorme carga fiscal, que incluso tiene cierta influencia en el mercado informal, aún cuando éste no tenga cargas fiscales.
El pretexto del gobierno para darnos impuestos, hasta por el aire que respiramos, es sólo que depende cada vez más de ese ingreso para alimentar sus programas, la infraestructura pública y el motor de las instituciones.
En México existen tres impuestos principales: el Impuesto al Valor Agregado (IVA), el Impuesto Sobre la Renta (ISR) y el Impuesto Especial a Producción y Servicios (IEPS), que generan una muy buena parte del precio que finalmente pagamos, al adquirir un producto o servicio, además de lo que cobran por trabajar y hasta por ejercer ese mismo acto de comprar (sí, nos cobran por pagarles).
Y a los anteriores, hay que sumarle otros, más de 20 que podrían considerarse menores, pero no por eso menos onerosos. Es así que se calcula que, casi la mitad de los ingresos de los ciudadanos en México, se destinan directamente a impuestos.
De algún modo un impuesto es un tributo, la manera en que el gobierno y sus funcionarios le cobran a los ciudadanos por sus servicios, y que al mismo tiempo representa una reinversión en temas como infraestructura, mantenimiento de los servicios públicos y otros.
Hasta ahí todo bien con la teoría, sin embargo al voltear hacia México y ver su sistema recaudatorio, nos damos cuenta que, de todas las instituciones públicas, la que se encarga de la recaudación es la más eficiente, mientras el resto no sirven, son inoperantes y parece que nadie les invierte un peso, aún cuando todos los mexicanos ponen de sus bolsillos para eso.
¿Entonces, dónde queda todo el dinero?, ¿por qué la carga de impuestos hacia los consumidores es cada vez más pesada, y eso no se refleja en las instituciones públicas?
En otros países desarrollados, la carga fiscal sobre los consumidores no es menor a la de México, sin embargo, ellos están conscientes que sus impuestos sirven para tener servicios públicos eficientes como la salud, la recolección de basura o el transporte, que además sí son buenos, cumplen con sus expectativas, representan sus derechos y no una limosna que el gobierno les regala.
Lo que más nos arde
Para instituciones como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, Económicos (OCDE) y el Banco Mundial, México es uno de los países con más corrupción y que menos pueden transparentar los procesos en que gasta sus impuestos.
Para nada hay un hilo negro por descubrir, en cuanto a los impuestos que pagan todos los mexicanos. Es perfectamente conocido que gran parte de la recaudación fiscal en el país se va directamente a mantener a funcionarios, legal e ilegalmente, porque no sólo es que el sistema esté configurado para pagarles hasta el aire, también mucho de ese dinero desaparece, se va flotando en temas de corrupción y falta de transparencia.
Por todas esas razones, el dinero no alcanza, la respuesta del gobierno al crecimiento constante de los impuestos es que no hay dinero suficiente en las arcas del país, su barril no tiene fondo y los únicos tontos aquí son los devaluados contribuyentes.