Los mexicanos son las personas más contradictorias que existen sobre la faz de la tierra. Generalmente todos sus males se resumen en parches, hacen unos para tapar otros, y viven el cuento de nunca acabar.
Así pasa con los animales. No hay una estadística certera de cuántos perros se venden en México, pero no es difícil saber que la cifra es alta, porque es un rubro comercial del que, incluso, está invadido el sector informal.
Por alguna extraña razón, cuando alguien habla de «trata de personas» a todos se les eriza la piel, casi nadie puede concebir que exista el intercambio de dinero por la integridad de alguien. Pero si se trata de un animal, pocos tienen algo que decir, parece normal usar a las hembras como maquila, y luego tirarlas porque ya no sirven.
Se calcula que más de doce millones de canes pululan por las calles de todo el país. Esta cifra es alarmante, si se toma en cuenta que la gran mayoría no están castrados y viven completamente a la intemperie, siendo víctimas de accidentes, maltrato, desnutrición, y cuyo fin más probable, es la muerte en centros de control animal.
Sólo en la Ciudad de México, se sacrifican diez mil canes al mes, debido a que no hay recursos suficientes para mantenerlos en albergues, y sus posibilidades de encontrar hogar son mínimas.
Lógicamente, los perros y gatos callejeros, no llegaron solos a la calle, alguien los puso ahí o los dejó ir de casa para evadir la responsabilidad de cuidarlos, como si fueran objetos que se tiran a la basura, cuando pasan de moda.
Las perreras, a donde generalmente llevan perros y gatos en situación de calle, son un mal que se ha hecho necesario, con la sobrepoblación de fauna en las ciudades. Y es que su presencia significa reproducción sin control, suciedad, enfermedades, y cierto peligro para los habitantes que, además, tampoco se caracterizan por tratarlos bien.
Pese a las campañas de concientización y esterilización, que se han popularizado en los últimos años, el número de animales abandonados, no han disminuido, y tampoco las ganancias de quienes viven de su reproducción y venta. Ambas cifras son contradictorias, no tienen sentido, una sobre otra, porque no es posible que una sociedad esté preocupada por la fauna callejera, pero no ponga un freno a la reproducción descontrolada, y contrariamente, la fomente.
Se calcula que el 40% de los mexicanos se consideran indiferentes, ante un animal en situación de calle. Del resto, que queda un buen porcentaje, dicen tratar de ayudarlos y otro tanto, lo consideran un mal a eliminar.
Lo que más nos arde
Como en muchos más aspectos de la vidam y la cultura de los mexicanos, aquí abunda la doble moral. No hay como fingir una máscara de bondad, solidaridad y buenos sentimientos, cuando tras ella somos verdaderos monstruos.
Por más información difundida e intentos de concientización, por alguna razón, en México, la gente no deja de comprar animales; los compran, los venden, los reproducen y los abandonan como si fueran piedras. Y luego se quejan porque invaden las banquetas, los puentes y los parque, buscando el hogar que no tienen, y se convierten en molestia para la moralina sociedad mexicana.
Reproducir un animal en México, es condenar una vida a la soledad, el abandono y, sobre todo, a la crueldad de algunos que, no sólo no tienen interés en ayudarlos, sino que los hacen víctimas de tortura y maltrato, que no se merecen, sólo porque alguien no fue capaz de encontrar un empleo, que no implicara lucrar con la vida de otro ser.