La violencia es un clima, un estado del tiempo que parece indicarnos cómo hay que andar vestidos, a qué hora hay que regresar a casa y qué caminos son más seguros para salir a ver la jungla.
Las estadísticas indican que 2017 fue el año más violento en la historia reciente de México, con la tasa de homicidios más alta en 20 años y una parálisis total del estado de Derecho.
Aunque claro, siempre las estadísticas difieren de la percepción ciudadana, sobre todo en un país donde no existe la cultura de la denuncia y menos aún de la justicia. Es así que este dato sobre la violencia puede ni siquiera estar cerca del temor en que vive la mayoría de los mexicanos.
Además de la monserga que es vivir entre la delincuencia, la situación se complica si tomamos en cuenta que a los mexicanos nos encanta comernos las historias de terror.
Asaltos, secuestros, violaciones, desapariciones, extorsiones, todo eso llena páginas y páginas de periódicos, que se venden como pan caliente, en un país donde el miedo estimula el morbo y viceversa.
Hace ya un tiempo, por lo menos diez años, que en México no se habla de otra cosa que no sea violencia, primero porque la descomposición social ha crecido y hoy dominan grupos criminales enormes, pero segundo, porque los mexicanos se alimentan del drama y la exageración.
¿Qué tanta será la violencia real y qué tanta la que inventa el imaginario colectivo?, ¿o tal vez será que tenemos más miedo que posibilidades de convertirnos en víctimas, aunque el primero nos condiciona a lo segundo?
Lo que más nos arde
No se justifica la violencia en ningún sentido, pero tampoco el hecho de tener que vivir con miedo, siempre temiendo salir a la calle y bajo la consigna de que cualquier día nos matan por un celular, una cartera o simplemente porque al mercenario se le dio la gana cortarnos la cabeza.