La riuma, el empacho, el soponcio, el patatus o el aire colado. A los mexicanos les dan enfermedades muy extrañas, que no están registradas en los libros ni han sido estudiadas por la ciencia, y sin embargo, hasta los mandan al hospital y les requieren largos y complejos tratamientos.
La verdad es que los mexicanos son expertos en hipocondría, cualquier situación que se les salga de las manos, sin importar si es económica, emocional o social, les resulta en extrañas enfermedades que no tienen explicación. Y es peor cuando el protagonista en cuestión es una persona de edad, cuyo único interés en la vida es que alguien le preste atención, y escuche con atención sus quejas, achaques, dolencias y preocupaciones.
Se calcula que casi el 10% de los mexicanos tiene algún grado de hipocondría, un trastorno mental que se caracteriza por manifestar síntomas imaginarios, enfermedades inexistentes y la firme creencia del paciente, de que realmente las padece.
Los mexicanos no son los más saludables, la verdad es que comparados con europeos o asiáticos sí padecen muchas enfermedades, aunque la mayoría tienen que ver con la reducida calidad de vida que hay en este país y los pésimos hábitos de salud que hay, en especial los relacionados con la alimentación.
Enfermedad y manipulación van de la mano, cuando de mexicanos se trata, por eso es que cualquier padecimiento resulta un arma poderosa, cuando hay un objetivo en mente y una víctima que se deja convencer.
Las madres y las abuelas son expertas en padecimientos imaginarios. Basta con que alguien las contradiga o ponga en duda sus preceptos, para que les aparezcan los primeros síntomas de infarto, ceguera parcial y hasta gangrena de las nalgas.
Lo que más me da risa
Es impresionante cómo la cultura mexicana respeta tanto a sus madres que, aún en el siglo XXI, ellas siguen utilizando la manipulación y la compasión como arma mortal. Y ya de paso los remedios clásicos, esos que, sin importar los avances científicos, siguen estando vigentes y además, por una cuestión de fe, siempre funcionan.
No hay, en los registros de algún hospital mexicano, datos de personas que hayan fallecido porque les dio un aire, un susto o se les puso la boca chueca de coraje. Sin embargo, sí se sabe que una buena parte de quienes saturan las salas de urgencias, en realidad no tienen nada, buscan sólo un poco de atención y siguen los preceptos que la cultura les marca.