Yo tenía diez años. El individuo en cuestión tenía casi uno molestándome, acosándome con sus bromas y sacándome de quicio, sin que alguien le pusiera un alto. Ese día la maestra salió y olvidó su encendedor en el escritorio, así que el tipo aprovechó para intentar quemar mi largo y rubio cabello. De un momento a otro se me terminó la paciencia, levanté una silla en el aire y le pegué hasta que me cansé, o más bien hasta que apareció la heroica maestra para defenderlo y llevarme a la dirección. Me dieron una suspensión de tres días y un reporte para casa, bajo el argumento de que una niña no hace esas cosas, no se defiende a golpes de su acosador, una niña es dejada y dócil, no una salvaje. Así me dijeron.
La lección me quedó para toda la vida: no hay tal cosa como la supervivencia y el mundo es de los que no se dejan. Eso sin importar lo que te diga el enemigo.
Fue hace mucho tiempo, en una época en la que el bullying no existía como concepto, los acosadores escolares eran chisme de pasillo y la única manera de sobrevivir a ellos, era dando pelea, porque nunca iba a llegar un adulto a defenderte, a menos que fueras tú el malo.
Hoy la atención está demasiado puesta sobre el tema del acoso escolar, se crean campañas de prevención en las aulas, en la televisión y el Internet, niños y jóvenes tienen medios para manifestar cuando algo los incomoda. Eso siempre y cuando los utilicen, aunque en muchos casos no sucede.
Es tanta la expectativa por el tema, que hemos pasado de ignorarlo hasta el punto de sobreproteger a los niños, evitando con eso que se lleven lecciones útiles para la vida de adultos y el mundo real.
No se trata de defender el bullying, esa es una práctica que debería erradicarse. Se trata de pensar cómo estamos preparando a los niños de las nuevas generaciones, para un mundo cruel, violento y poco compasivo, donde ni la maestra ni la madre van a aparecer para pelear por ellos.
Es tan sencillo como observar el enorme crecimiento de los casos de acoso escolar y el aumento en su crueldad, a partir de que el tema se volvió tan popular. No, no es exposición mediática, es que en las aulas se están criando generaciones de cobardes, unos porque no se defienden y otros porque carecen de inteligencia emocional, y se expresan a través del acoso y los golpes.
Nadie les enseña, ni a unos ni a otros, a canalizar sus sentimientos, a darse valor o a imponerse como personas ante los demás.
En las escuelas siempre ha habido acosadores, la diferencia es que antes la lección era completa, dar la cara con valentía y aprender a no repetir en otros, lo que no querías que te hicieran a ti; pasar de bulleado a bulleador, y entender que ese no era el camino.
En pocas palabras, estamos dando la lección incompleta a los niños, quienes crecen cada vez más faltos de habilidades emocionales, y al salir a la calle no entienden como funciona el mundo.
Lo que más nos arde
Al final de cuentas, la cosa es tan fácil como entender que para que exista un acosador, tiene que haber un contexto cruento detrás, unos padres desconectados, poco afecto y mucha frustración, cosas que, una campaña antibullying no va a borrar, y la sociedad en su conjunto no puede prevenir.