Producir, distribuir, vender o circular imágenes de contenido sexual, ahora es considerado un delito, según las leyes mexicanas y la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) que ha impuesto hasta 15 años de cárcel a quienes hagan este tipo de actos.
Como todas las leyes en México, el asunto es bastante ambiguo y relativo, y depende cómo lo interprete la autoridad en turno, puede o no ser castigado en su momento.
El asunto de la explotación sexual en el país, sí requiere regulaciones, ya que en la mayoría de los casos no es voluntaria y se hace en niveles de esclavitud y contra menores de edad.
En México casi medio millón de personas son víctimas de trata, y una buena parte se enfrentan a la explotación sexual, de la cual se produce mucha de la pornografía que se distribuye en distintos medios.
Es difícil distinguir los límites entre lo correcto y lo incorrecto, cuando de temas morales se trata. Por un lado, la pornografía, sin caer en obsesiones o filias, no está considerada como algo malo, sino más bien como una manera de estimular la imaginación y hasta ejercer una sexualidad más placentera.
Por otra parte, la pornografía muchas veces rebasa los límites de aquello que podríamos considerar correcto o al menos saludable en términos mentales. Aunque en teoría no le hace daño a nadie, detrás de una imagen puede haber historias de violencia y explotación, que no deberían fomentarse en ningún caso.
Finalmente, hay que aceptar que los mexicanos no son muy sanos en términos sexuales y más bien tienden a esconder sus aficiones y preferencias, en pro de una doble moral que les tapa los ojos, pero no les amarra las manos para “comportarse”.