Poco a poco, los mexicanos hemos ido entregando nuestra tranquilidad a la delincuencia, sin que nadie pueda poner un alto o rebobinar la cinta, de cuando México era un país donde se vivía en paz.
2017 fue el año más violento en 20 años, con una tasa de homicidios que subió más de 20%, desde 2016, y sin una sola región del país que se salvara de los delincuentes.
Ahora, en pleno año electoral, millones de mexicanos se preguntan si ahora sí vendrá un candidato que sepa qué hacer con tantos criminales, dónde meterlos, cómo castigarlos y, además de todo, poder discernir, como con una bola mágica, quiénes son los malos y quiénes los buenos.
He ahí el problema de este país. Por más leyes, policías, presidentes y cárceles que se inventen, el asunto de la delincuencia radica en el corazón de la sociedad, ese donde se forman las conciencias humanas de los mexicanos.
La situación económica es difícil en México y el resto del mundo, y las necesidades en el sector popular son muchas, pero hay cosas que no se pueden justificar. Por más hambre que alguien tenga, ¿cómo pretende resolverla disolviendo estudiantes inocentes en ácido?, y todas las mujeres asesinadas, ¿habrán logrado resarcir la ausencia de lugares en las universidades o la pésima calidad de la salud pública?
Una cosa son los problemas naturales de un país, y otra el desgano con el que la población se reproduce, pero no educa a sus vástagos.
Educar en el día a día en casa, poner límites, dar cariño, atención, contención y metas en la vida, son factores que hacen la diferencia entre ciudadanos honestos y delincuentes. Pero por supuesto que ningún presidente, sin importar si es del PRI, PAN, PRD, MORENA o del partido bananero, va a poder ir criminal por criminal, abrazándolos a todos para que se regeneren y sean personas de bien.
Lo que más nos arde
Un verdadero criminal es hijo de una sociedad descompuesta, donde padres y madres no educaron ni se ocuparon, sólo formaron a un ser carente de moral y que nunca podrá ser realmente útil a su país.
En pocas palabras, para que termine la delincuencia en México no hacen falta mejores gobernantes, más empleos o cárceles más grandes. Para eso hace falta que las personas formen familias con conciencia y con valores, seres humanos reales y no bestias con ganas de tirar su resentimiento sobre los demás.