Enrique Peña Nieto, prominente presidente de México y cuyo mandato culmina en el año 2018, mencionó en uno de sus tan desafortunados discursos, que los mexicanos hacen una especie de bullying contra las instituciones, en lugar de darle palmaditas en la espalda a los funcionarios por hacer un excelente trabajo.
Pobrecitos, hacen un gran esfuerzo por llevar este país al fondo del barranco y los mexicanos solamente atinan a burlarse, ¡no hay que ser!
En uno de los sexenios donde más han crecido la pobreza y la violencia, es difícil imaginar que el presidente todavía se defienda y pida que le aplaudan por su trabajo no hecho.
Si le preguntamos, por ejemplo, a los pequeños comerciantes y aquellos que llevan negocios, la mayoría coincidirán en que ha sido un sexenio particularmente complicado, caracterizado en especial por el aumento en los impuestos y el freno al crecimiento económico.
Aunque también, hay que decirlo, el gobierno de Peña Nieto se caracterizó por este tipo de declaraciones que, dicho sea de paso, ya no sorprenden a nadie. Muchos pensaron que después de Vicente Fox la cosa ya no podía ir peor, pero Peña rompió todos los récords y las expectativas, hizo que los mexicanos se volvieran a asombrar del grado de cinismo e ignorancia que es capaz de ostentar un presidente en este país.
¿Será de verdad que los mexicanos nos merecemos un presidente así?, ¿cómo hacerle entender que quejarse del bullying a las instituciones, no justifica su inoperancia ni lo salva del juicio ciudadano?
Lo que más nos arde
Con un salario mensual que ronda los 193 mil pesos, frente a un salario mínimo que no supera los 80 pesos por una jornada completa y del cual sobreviven millones de mexicanos, lo mínimo que Peña podría hacer sería mantenerse callado ante la crítica social, y dejar de demostrar tanta ignorancia.
¿Qué más le da que los mexicanos se burlen, si de todas maneras el sueldo ya lo cobró y nadie le descontó todas las metidas de pata a manera de merma?
Si Peña Nieto fuera un empleado Godínez, como son la gran mayoría de los mexicanos, a lo mejor ya lo hubieran corrido por su gran falta de habilidades, o mínimo lo hubieran rebajado al grado de saca-copias o encargado de ir por las tortas (con el riesgo que implicaría involucrarlo en una tarea tan importante como esa).
Quizá tal vez es que, ante tremenda desfachatez, ya no nos queda más que reír y hacer bromas, porque si lo tomamos en serio, entonces lloramos.