El pecado que frena a México en su desarrollo, y le condena a la mediocridad, en muchos ámbitos, es la negligencia.
Es cierto que no se puede considerar que un médico actúe con dolo e intencionalmente, en contra de un paciente, pero es un hecho que hay mucha negligencia en los servicios de salud de los hospitales públicos, y esto debe frenarse.
Hay negligencia por parte de muchos médicos del sistema de salud, -aunque hay muchos más que actúan con gran sentido de responsabilidad y profesionalismo- y también muchísima negligencia en funcionarios del área administrativa, tanto de las clínicas como de las oficinas centrales.
El IMSS encabeza la lista de las diez instituciones federales con mayor número de demandas, ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos, con 660 quejas, así como un alto número de denuncias en la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED).
Los casos dramáticos y difundidos en redes sociales, de madres que han dado a luz en la periferia de hospitales, porque se les negó atención médica, es otra variable de esta problemática, derivada de la negligencia.
La negligencia es una actitud carente de compromiso, que subsiste porque es poco penalizada y fácil de evadir, con la complacencia de los niveles jerárquicos superiores y de la mafia sindical de la estructura gubernamental, que cubre a sus sindicalizados, sea cual fuere el grado de responsabilidad, y la gravedad de los hechos imputados al trabajador.
Para las autoridades debería ser el momento de imponer orden y acabar con malas prácticas médicas y hospitalarias, y no de sobre proteger a los negligentes, aceptando, que la profesión médica, por sí misma, conlleva riesgos que rebasan el profesionalismo de los médicos.
LO QUE MÁS NOS ARDE
Es que, a consecuencia de estos casos de negligencia, muchas vidas son perjudicadas, tanto de muerte, como de ser gravemente lastimadas; cuántos casos no hemos oído sobre pacientes que les amputan un órgano que no debía ser amputado. Destruir una vida de esa manera, no debería siquiera cuestionarse.