El 12 de agosto, el mundo entero celebra lo que se ha nombrado como “Día Internacional de la Juventud”, una fecha instituida para recordar que los jóvenes, sin importar su origen, son el motor principal del planeta y en quienes descansa la esperanza de un mundo mejor. O eso quisiéramos creer.
En México hay más de 30 millones de personas entre los 15 y los 29 años de edad, considerados “jóvenes”, y en una etapa en la que aplican como Población Económicamente Activa.
En este país los jóvenes son una población vulnerable, con poca esperanza y reducida visibilidad social, incluso cuando enfrentan problemas graves y viven a la sombra de asuntos como la inseguridad, las drogas y el desempleo.
México considera a sus jóvenes como una población vacía, sin mucha gracia, y cuyos intereses se limitan a asuntos como La Rosa de Guadalupe y el Facebook; la verdad es que no es así, también aquí hay muchos jóvenes que valen la pena, que sobresalen pese a las circunstancias, y cuyos logros son aún más valiosos porque provienen de sistemas que no los estimulan en lo más mínimo.
Se calcula que más del 40% de los desempleados en México tiene entre 20 y 29 años; ¿qué sucede en un país donde los jóvenes que están en la edad considerada como la más productiva de la vida, y simplemente no encuentran empleo?
Y es entonces cuando aparecen la ilegalidad y la informalidad como espectros, espejismos alternativos ante una realidad que no da para más. Aquellos que son captados por el crimen organizado son precisamente jóvenes, los jóvenes más vulnerables que no tuvieron acceso a educación superior, no encontraron empleos dignos y vieron su potencial irse por el caño.
De ahí tantas redes de criminales en México, esos son simplemente jóvenes cuya inteligencia fue invisible para el sistema y terminó sirviendo para fines perversos. Quizá si hubieran sido captados por universidades, si hubieran obtenido empleos medianamente bien remunerados y con posibilidades de crecimiento, como sucede en otros países, la historia habría sido diferente.
El caso es peor si hablamos de mujeres jóvenes. En este caso el sistema no les garantiza ni siquiera seguridad, y ellas son las principales víctimas de una serie de crímenes imposibles de narrar. Y ni se les ocurra quejarse porque entonces las acusan de “feminazis” y rebeldes de un sistema que las oprime por obligación.
Lo que más nos arde
A México no le importa que su población con mayor potencial de crecimiento económico e intelectual se esté cayendo por la borda. Tampoco le importa que sus jóvenes estén siendo captados por la ilegalidad, ante la falta de crecimiento que les plantea, permanecer en este lugar donde priva la desesperanza.
Todo esto explica la crisis de criminalidad, pero también de falta de ideales que padecen los jóvenes mexicanos. ¿Qué tantos ideales genera una sociedad que no provee seguridad, educación y empleo, a quienes empiezan a vivir?