Es una de las ciudades más grandes del mundo, con más de diez millones de habitantes y colindancias superpobladas, con los estados que la rodean. La Ciudad de México es en realidad un enorme pulpo con muchos brazos.
Unos la maldicen, mientras otros darían todo por vivir aquí, y otro tanto se ha resignado a pertenecer al enorme conglomerado de chilangos, que pululan a diario por las calles de la capital.
31 millones de hogares hacen funcionar esta enorme ciudad, familias de las más diversas clases y tipos, habitando cada pequeño rincón, hasta el punto en que parece que no hay espacio ni para las hormigas en las banquetas.
Es cierto que una ciudad de proporciones inmensas no está libre de problemas graves, principalmente originados por la sobrepoblación, pero también porque entre tanta gente, las opiniones políticas y las costumbres culturales son divergentes y encontradas.
La verdad es que los chilangos son peleoneros por naturaleza, les encanta discutir, hablar por hablar, alardear y romperse la cara, solamente por orgullo de ser quienes son, y de haber nacido en esta caótica ciudad, eso aunque a cada rato renieguen de la contaminación, los peseros apestosos y las viejas gordas que estorban la salida del Metro.
Hace poco más de 50 años, la CDMX probablemente medía menos de la mitad de lo que mide hoy, sin embargo, la migración y el rápido crecimiento económico, duplicaron la población a una velocidad impresionante.
Hoy día la vida en esta enorme ciudad requiere mucho valor, hay que subir, bajar, correr y apurar un poco el paso cada día, para llegar. Y sin embargo, con todo ello, nada ni nadie podría igualar las cosas que aquí tenemos; todo el oro del mundo no vale poder ver las fauces del Popocatépetl en un atardecer despejado, luego de una tormenta, comer una sopa de hongos en las faldas del Ajusco, la felicidad que te da ver llegar las vacaciones y sorprenderte porque el Periférico está vacío, comerte un helado de cinco pesos en el Metro, o unos tacos de bistec afuera del Semefo, caminar por la Alameda, oír el cilindro y acordarte de tu infancia, y hasta sentirte contento cuando vas al bosque y respiras un aire distinto, que no podrías distinguir, si no fueras un contaminado habitante de la capital.
Lo que más nos arde
Muchos nacimos aquí, otros llegaron y se quedaron, formaron familias y generaciones nuevas de chilangos. Aunque mucho nos quejemos, este es nuestro hogar, donde crecimos, donde formamos recuerdos y nos convertimos en lo que somos hoy, embarcados en la aventura de sobrevivir en esta jungla de peste y cemento, llamada Ciudad de México.