El 83% de la población mexicana no puede estar equivocada… o quizá sí. Ese es el grueso de los habitantes, que en este país se llaman a sí mismos católicos y que, supuestamente, viven bajo los mandatos que esa religión les dicta.
El problema no es vivir en un país netamente creyente, sino que la situación social y de violencia refleja que, más que vivir bajo las leyes de una religión, habitamos bajo la máscara de la hipocresía, y la gran mayoría de los que aseguran regir su moral en las leyes de Dios, son verdaderos mentirosos; un país que tiene católicos en mayoría, no debería estar plagado de ladrones, corruptos y lleno de basura en las calles, ¿o sí?
Parece una ironía que las iglesias siempre están a reventar, no cabe ni un humano más y sin embargo, la actitud de los ciudadanos sigue dejando mucho qué desear cuando se les ve afuera. ¿Dónde queda entonces toda la piedad con la que van a rezar por la salvación de sus almas?
Independientemente de la religión en cuestión, la gran mayoría imponen el respeto como una forma de vida, y la tolerancia como una regla de convivencia imprescindible. Pese a ello, basta ver lo que hace el fanatismo con los católicos mexicanos: marchas enteras que abogan por la “familia tradicional” y borran el derecho de todos a casarse, formar una familia o decidir si tener un hijo o no, todo bajo el pretexto de que “Dios así lo quiere”.
Una cosa es hacer caso a lo que Dios dice y otra, muy distinta, justificar la carencia de sentido común, sobre una interpretación meramente humana de la espiritualidad y esas cosas.
El sentido común es lo que hace que países como Estados Unidos o Francia, con poblaciones mayoritariamente católicas, no estén hundidos en la pobreza, ni tengan masas enteras de habitantes que están rezando, en lugar de ponerse a trabajar.
La verdad, en México el creerse católico no parece ser más que un pretexto para hacer, no hacer o tomar decisiones que, de otro modo serían idiotas, pero como “Dios dijo” o “Dios hizo”, entonces se supone que están bien.
Aunque también es cierto, resulta muy complicado conciliar la lógica con la fe, sobre todo cuando no existe un bagaje cultural sólido, que sustente el pensamiento de millones de personas. Es obvio que si los mexicanos se caracterizan por su gran ignorancia, su única justificación de vida es la fe, algo que no pueden explicar, pero que tampoco se cuestionan, sólo es y ya.
Lo que más nos arde
Probablemente, y sin afán de generalizar, la gran mayoría de ese 83% de católicos aferrados, no tengan en mente hacer algún cambio para mejorar el país, la ciudad o la calle en la que habitan, simplemente porque esperan, mágicamente, morirse algún día e irse a vivir a un paraíso, donde le soben la panza y le regalen muchos tacos. La famosa historia del “paraíso prometido” les hizo pensar que viven en un país malhecho, porque tienen que sufrir y ganarse la recompensa de ir al cielo algún día.