Los mexicanos son expertos en el arte de quejarse. Se quejan del gobierno, del crimen y la inseguridad, de la falta de empleo, de la ineficiencia de los servicios públicos y hasta del clima. Se quejan, se quejan y se vuelven a quejar, sin entender que viven en el lugar en que quieren vivir y lo hacen de la manera que les place.
El Sistema de Transporte Colectivo Metro, de la Ciudad de México, es causa y efecto de miles de quejas a diario, por las causas más diversas que podrían imaginarse: la basura, la saturación de los trenes, la lentitud, el precio del boleto, la peste, la falta de mantenimiento de las instalaciones, los asaltos, y hasta la rata gigante que transita en los túneles y un día te va a comer.
No hay un dato específico, pero a diario se generan montañas y montañas de basura, que los usuarios del Metro dejan tirada en los andenes y los vagones. Incluso, cuando estos residuos llegan a caer en las vías, provocan problemas en la circulación de los trenes, retrasos y, por supuesto, más quejas de los mismos que primero tiraron la basura donde no debían.
El Metro es un transporte que lleva casi cinco décadas en funcionamiento, dándole servicio a cada vez más personas, que a diario hacen posibles sus traslados gracias a este servicio y sin el cual tendrían que recurrir al tránsito en automóvil, metrobús o camión.
Los fallos en la infraestructura, la aparente falta de mantenimiento y hasta la peste, no son más que culpa de los mismos usuarios. Cuántas veces a diario un ciudadano o dos hacen de las suyas tratando de abrir las puertas de los vagones, ya sea para salir o entrar. Y luego esos mismos se quejan cuando el Metro se queda parado durante más de media hora, porque la puerta, lógicamente, se descompuso.
Tenemos el servicio que nos merecemos, el Metro apesta porque no tiramos la basura en su sitio, se descompone porque no lo cuidamos y todavía nos atrevemos a decir que el costo del boleto es excesivo.
Lo que más nos arde
¿Cómo exigir un país de Primer Mundo con ciudadanos de Tercer Mundo? La exigencia es irreal y absurda, cuando caemos en la cuenta de que todo lo que sucede en México es responsabilidad de los mismos mexicanos, no de los funcionarios públicos y menos aún de los impuestos.
Finalmente, tú decides, y si no te gusta, entonces vete caminando.