Inseguridad, impuestos hasta el cielo, contaminación, funcionarios corruptos, instituciones que no sirven, desapariciones forzadas, desastres naturales de todas clases, discriminación, ignorancia y desempleo. Cuando todo parece ir cuesta arriba, muy arriba, en este país, es casi obligado cuestionarse qué tanto quiere uno seguir siendo mexicano y si vale la pena.

A estas alturas, y como se observa la situación, no resulta fácil aceptar toneladas de calamidades a cambio de tequila, mariachis y chiles en nogada. Parece mucho más fácil aceptar ser gringo, polaco o húngaro, antes que mexicano arrastrado por la corriente del caos.

Cada año más de 6 mil mexicanos salen del país para pedir asilo político en el extranjero, especialmente en Estados Unidos y Canadá, por razones como la falta de empleo y el crimen organizado.

Esta cifra no hay dejado de crecer desde el gobierno de Felipe Calderón y su fallida guerra contra el narcotráfico, con consecuencias que, a más de 12 años de distancia, aún estamos viendo.

Parece una exageración, pero hoy más que nunca da miedo ser mexicano, porque habitar este territorio, es un vivir en una incertidumbre diaria, amanecer siempre con el temor de padecer una nueva catástrofe sobre la que nadie parecería tener el mínimo control.

La situación es tan complicada que quienes tienen posibilidades económicas ya prefieren llevar a sus hijos a nacer en otros países, con la ventaja que otros gobiernos les otorgan, y más tarde enviarlos a estudiar allá para evitarles las complicaciones que esta bandera le regala, a todos los que se dejan caer aquí.

Una encuestadora reveló hace poco, que más de la mitad de los mexicanos entrevistados, dijeron que preferirían haber nacido en cualquier otro país antes que en México.

@ElArdidisimo