El avión presidencial se ha vuelto un símbolo de la total desconexión que existe entre la agenda de los políticos y la realidad de la sociedad mexicana. En un principio, su compra representó el derroche económico de los altos mandos, pero con el cambio de sexenio pasó a ser una muestra de la demagogia presidencial.
El antiguo avión presidencial fue exhibido en la conferencia matutina de López Obrador, sin duda el interior mostraba una gran opulencia quizá innecesaria para una aeronave que sólo debía cumplir con funciones de traslado.
El Boeing 787 cuenta con la capacidad de transportar al presidente y 80 de sus distinguidos acompañantes, además tiene acabados de lujo, una enorme sala de juntas, una recamara presidencial, cocina, pantallas e incluso una caminadora.

La compra fue realizada en el sexenio de Felipe Calderón, en razón de que el antiguo avión presidencial era ya obsoleto y podía poner en riesgo a la tripulación.
Nombrado “José María Morelos y Pavón”, tuvo un costo de 114.6 millones de dólares que ascenderían a 218.7 mdd por las modificaciones y adecuaciones que se le hicieron.
La aeronave fue estrenada y ampliamente disfrutada por el expresidente Enrique Peña Nieto, quien realizó 83 viajes a lo largo de todo su sexenio, porque seguramente visitar Irlanda y Marsella era una prioridad para la agenda presidencial de la antigua administración. De esos 83 viajes se estima que los gastos se elevaron a los 313.4 millones de pesos.

Durante la campaña electoral de López Obrador, una de sus declaraciones más recordadas fue la de “ese avión no lo tiene ni Obama”. La posición del entonces candidato fue firme, él no se subiría al avión presidencial porque su gobierno sería austero.
Sin embargo, la realidad una vez más choca con la visión un tanto añeja del presidente, puesto que su intento de deshacerse del aeroplano ha sido un rotundo fracaso.
El avión fue trasladado a un hangar en California para intentar venderlo, por lo que se gastaron casi 1.5 millones de dólares en su mantenimiento y nunca se logró concretar su venta.

En una maniobra que en un inicio parecía broma, el titular del ejecutivo declaró que planeaba rifar el avión presidencial. Para sorpresa o decepción de muchos la rifa se volvió realidad, aunque no como todos pensaban, puesto que esta rifa sería “simbólica” y no se rifaría el avión, sino que el dinero recaudado ayudaría a mantener el coste del vehículo hasta su venta.
Aún más confuso cuando el presidente anunció que más bien el dinero de la rifa no sería usado para el mantenimiento de la nave, sino para comprar equipo médico que pueda ayudar a la población con menos recursos frente a la pandemia del Covid-19.

La rifa consta de 100 premios de 20 millones de pesos y se llevará a cabo el 16 de septiembre de este año. A la fecha se ha vendido el 30% de los boletos, y aunque algunos empresarios se han comprometido a comprar varios “cachitos”, no se sabe bien a cambio de qué.
También se sabe que muchas dependencias del gobierno están exhortando a sus trabajadores a comprar boletos para la rifa, los cuales tienen un costo accesible de 500 pesos.
Lo que más nos arde
La odisea del avión presidencial es un reflejo cristalino de lo que ha sucedido en la política mexicana en los últimos años. Pasando del lujo excesivo y un gobierno de pactos entre las élites, a una administración que empieza a rayar en el populismo y que parece no querer confrontar una realidad compleja que no puede solucionarse con rifas.
Pero también es responsabilidad de los ciudadanos, puesto que tendemos a conformarnos con cachitos, a votar cada 6 años y olvidarnos de la responsabilidad ciudadana, para sólo quejarnos del teatro político.
Fuentes: