En pleno siglo XXI y con toda la avanzada de derechos humanos que logramos un siglo atrás, al menos como mexicanos no pensaríamos en que alguien decida por nosotros en temas como qué estudiar, con quién casarnos o cuántos hijos tener, pues esas son libertades que la ley nos confiere y nadie se atreve a pasar por encima de ellas.
Entonces, ¿por qué si vivimos en una era de tanta tecnología, no le permitimos a las mujeres decidir si quieren o no ser madres, independientemente de sus circunstancias? Finalmente ellas también son seres humanos.
En septiembre de 2019 se volvió a tocar el tema del aborto en los medios de comunicación, luego de que el estado de Oaxaca aprobara la despenalización de esta práctica.
Y entonces las reacciones negativas no se dejaron esperar. Grupos de conservadores, católicos y cristianos se manifestaron en todo el país, asegurando que despenalizar el aborto desataría la ira de Dios.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI la tarea de criar, educar y formar a otro ser humano dependa enteramente de un designio divino?
Claro que a los sectores religiosos del país no les conviene que las mujeres se sientan empoderadas y con el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Es mucho más fácil asustarlas, amenazarlas y manejarlas a través del miedo para que sigan creyendo todo lo que les dicen en las iglesias.
Si los sectores conservadores del país están preocupados por los fetos no nacidos, ¿no deberían también preocuparse por los ya nacidos que son víctimas de sacerdotes pederastas?, ¿qué hay de todos los menores ya nacidos, que pasan su infancia en orfanatos porque el sistema de adopciones en México no funciona bien?
El problema es que este tipo de personas, que pretenden echar abajo leyes que harían progresar al país, están ataviadas con un sentimentalismo religioso muy barato y no saben que detrás de eso hay intereses ocultos, mucho dinero en juego y personas inteligentes a las que no les conviene la libertad de las mujeres.