¿Qué contestarían si les dijeramos que México es el país más corrupto del mundo? ¿Les sonaría exagerado o cierto? De acuerdo al Índice de Percepción sobre Corrupción, que realiza Transparencia Internacional, nuestro país se encuentra en el lugar 105, entre 176 naciones. En el espejo de la corrupción nos vemos igual que Kosovo, Mali, Filipinas y Albania.
El enorme problema es que, a pesar de la generosidad del ranking, ser el país más corrupto del mundo no nos suena difícil, pues estamos acostumbrados al adjetivo. Solemos percibir a la corrupción como un mal de cada día, tan nuestro como la sangre mestiza, y tan arraigado como el consumo de maíz.
A esta percepción se suma el valor positivo de la corrupción, como aceite de la maquinaria económica, engranaje del sistema de justicia, y factor para que las cosas funcionen. La sanción social a las prácticas de corrupción es inexistente. Por el contrario, se alientan: el que da una “mordida” o consigue un contrato, a través de palancas, es hábil, tiene “colmillo”, sabe su negocio.
Scott Fitzgerald dice que, cada dilema ético se resuelve volviendo al origen, a principios elementales, escuchando la voz de la consciencia, previa al salvaje contacto con el mundo y el dinero. En el escenario que enfrentamos, tal solución suena imposible o al menos ingenua. No hay “renovación moral”, sin reglas claras ni instituciones fuertes que la soporten; la última que intentamos en los años ochenta, fue eslogan y no política pública. No sé si queramos combatir la corrupción, lo cierto es que lo necesitamos.
Para lograrlo, habrá que hacerle frente, cuando el discurso termine y el templete se desmonte. Dejar de alentarla en la formación, y aplaudirla cuando socialmente obviamos condenarla. Es decir, no seamos de doble moral, o doble cara.
LO QUE MÁS NOS ARDE
A México le cuesta, al menos 100,000 millones de dólares al año la corrupción. Sin embargo, a este mal se le ve como aceite de la maquinaria económica, engrane del sistema de justicia, y factor para que las cosas funcionen. Por eso, no se le combate. Lo peor de todo es que, parece que la corrupción tan solo “favorece” a los de arriba, ya sea gobierno, funcionarios, o directivos de empresas; y por el contrario, a la gente de clases bajas, sólo nos empobrece cada día más.